Escena I
Cristina y su marido en la Galería Luis Burgos. Se ven dos paredes blancas donde cuelgan algunos cuadros del colectivo Libres Para Siempre.
CRISTINA: (Se acercan a la cartela de un cuadro). (Lee) π ojo
(Se dirige hacia otro cuadro)
CRISTINA: (Deletrea) π ca so: Picasso
CRISTINA: ¿Has visto eso? Son jeroglíficos: la letra π y un ojo resulta un piojo; el cuadro con la π y un caso de asesinato, hacen Picasso. Es así todo el rato.
MARIDO: Objetos sublimes con forma ridícula. Objetos de una modestia particularmente exigente.
CRISTINA: ¿Donde ves lo sublime aquí?¿Y la exigencia?
MARIDO: ¿Sabes querida acaso qué es el sentimiento sublime?
CRISTINA: Me lo has dicho alguna vez… Recuérdamelo sin enrollarte.
MARIDO: El sentimiento sublime se deriva del fracaso de la imaginación a la hora de proporcionar un ejemplo que de idea de determinados conceptos que la razón, sin embargo, sí es capaz de concebir. Por ejemplo, la imagen de una gran montaña nos da idea de la grandeza pero no colma todo lo que el concepto sugiere. Se produce entonces una reflexión concepto-imagen, una reflexión infinita en la que el entendimiento va de la imagen (insuficiente) al concepto una y otra vez intentando descubrir la forma definitiva hasta que sólo queda la sensación de la infinitud de la reflexión.
CRISTINA: Dijiste sin enrollarte.
MARIDO: Voy. La contemplación de motivos sublimes, como esa montaña, produce un placer obsesivo, como de disco rayado. Un placer diferente del que proporciona el contacto con la belleza, por ejemplo.
CRISTINA: Desde luego obsesionados están pero no se puede decir que hayan gastado la más mínima energía en intentar solventar ninguna de las grandes cuestiones…
MARIDO: Bueno ni siquiera han representado lo que prometían. ¿Tú ves algún piojo o algún picasso?
CRISTINA: ¿Te refieres a que no han pintado un piojo sino una letra pi y un ojo? ¿qué más da? No es más interesante un piojo que un ojo. Ni resulta ni más ni menos difícil de representar digo yo.
MARIDO: No, lo que quiero decir es que la reflexión sublime en la obra de LPS no se da entre la idea “piojo” y su forma oculta a la mirada, sino en el trabajo que le confiere su forma ridícula: los mecanismos que permiten elaborar el contenido de palabras como esas (por ejemplo, mediante el aislamiento de la primera sílaba y su representación en forma de letra π para luego pintar lo que queda: un ojo o una rata pero no una ña, o un jama porque no se puede), de condensación (como en la pijota andaluza que descansa sobre una muñeca que baila la jota para señalar que la sílaba pi puede también suponerse y no representarse) o de desplazamiento (por ejemplo, la letra π presente en la imagen de un piloto cuando leemos pi lo to, se desliza hacia el retrato de unos bomberos por aquello de que ambos, piloto y bomberos, van uniformados).
CRISTINA: Espera, espera, ¿no te parece que se les podría decir eso que decía mi madre: ”No te dediques a cocinar si tienes la cabeza hecha de mantequilla”? ¿Para qué exponen si no tienen ningún contenido que exponer?
MARIDO: Sí hay contenido. El trabajo, lo jeroglífico del trabajo, su eficacia aterradora, es lo esencial de estas obras, su verdadero contenido. Pero éste se encuentra tan estúpidamente limitado por el trabajo que si uno busca el secreto del cuadro, algo oculto, algo elevado, tras el texto manifiesto (piojo, pis, etc.), se sentirá decepcionado, sublimemente decepcionado. Porque es precisamente en esa decepción donde se produce la reflexión infinita característica de lo sublime. Se trata de fluir (sin elevarse) mentalmente entre los fonemas piojo, pi y ojo y de resignarse a que la gracia estúpida de ese juego es un proyecto de visibilidad que está sustituyendo a un contenido (la grandeza, en un cuadro de Friedrich; la tentadora belleza femenina, en una Magdalena de Tiziano; la justicia divina, en la Sixtina de Miguel Angel…) Porque en arte, y en el arte moderno sobre todo, el contenido nunca es esencial. Nunca se solventa ninguna de esas grandes cuestiones a las que te referías como sublimes.
CRISTINA: Vamos que les da igual ocho que ochenta. Que, empleando su lenguaje para retrasados, les importa un π miento lo que pintan. ¿Tienen miedo de resultar fatuos? A mí me parece no sé ¿irresponsable? ¿ombliguista?.
MARIDO: Pero ¿no te hace gracia?
CRISTINA: Ni pizca, me cabrea más bien.
MARIDO: Ya veo… estás acostumbrada a contemplar vanidosas muestras de elocuencia sobre los asuntos morales y filosóficos más enrevesados. Por eso te desconcierta esta tierna (o churretosa) declaración de que siempre habrá un punto en que el relato sublime falle y muestre la inanidad de la intimidad del artista con la forma. Y que no se trata de entender el porqué sino de por qué siempre es así. Es como cuando te preguntas: ¿Por qué siempre se produce tanta dilapidación en la intimidad?¿Por qué la empresa solemne de dedicar la vida a mi marido se me recompensa con su ropa interior manchada en la cesta de la colada o los restos de la barba en el lavabo?
Escena II
Se ve a Cristina paseando con una amiga por El Retiro.
AMIGA: – Cristina ¿Tú volverías a casarte con el brasa de tu marido?
CRISTINA: Yo sí.
(Reflexiona)
CRISTINA: ¡Que se joda!
Almudena Baeza,
Madrid, octubre 2017