Un joven erudito entregado en parte a la lectura de un libro y en parte obsesionado por el recuerdo de su amada fallecida recibe, en una noche tempestuosa, la visita de un pájaro que llama a su ventana. Cuando el joven abre un cuervo de mal agüero y ojos ardientes entra en su cuarto. El estudiante le pregunta su nombre a lo que el cuervo responde Nevermore (nunca más). Ese “nunca más” sume al estudiante en la melancolía y le lleva a formularle al pájaro preguntas cuya respuesta inevitable, el intolerable “nunca más”, le proporciona gran dolor por ser un amante solitario.
Este es, más o menos, el argumento del influyente poema, El Cuervo, que Edgar Allan Poe escribió en 1845. Un poema que ha sido mil veces traducido e ilustrado, ha inspirado muchas obras modernas y es referente recurrente en la cultura popular: desde el álbum The Raven de Lou Reed al especial Noche de Brujas de los Simpson. Esta melancólica historia ha generado versiones que exploran la estética del terror gótico, basada en lo siniestro del pájaro negro, la mansión bajo la tormenta, la locura del amante atormentado por el fantasma de la amada muerta…
En la muestra, Francisco Bores. Gouaches para “El Cuervo” de Poe, sin embargo, el pintor de la Escuela de París huye de esta corriente superficial del tema y se centra en la más subterránea, esa que convierte al Cuervo en un símbolo.
Un símbolo, lógicamente menos realista, pero igualmente fatal, ya que encarna el recuerdo de la amada que, como el pájaro repite constantemente, no lo abandonará jamás.
Bores interpreta materialmente este recuerdo en forma de un pájaro muy esquemático que proyecta su sombra espesa sobre el papel. Pero que también resulta ser un cuervo construido a su vez de sombras. Se trata de una lucha en la que sombra y figura (como recuerdo y amante) no pueden librarse nunca la una de la otra. Por eso, a veces, los gruesos trazos que dibujan el fondo son los que permiten adivinar la silueta del pájaro y, otras, son las líneas que delinean el cuerpo las que configuran una suerte de espacio reducido y concentrado, muy neo-cubista.
Y es que Bores es un experto en ese formalismo moderno de la Escuela de París de la época de entreguerras. Un conjunto de artistas sin un estilo definido, muchos de ellos extranjeros, pero que contribuyeron a hacer de París la capital del arte moderno hasta casi los años 60 en los que Nueva York tomó el relevo. Entre esos extranjeros estaban, además de Bores, los españoles Picasso y Juan Gris, el argentino Antonio Berni, los rusos Chagall, Soutine o Archipenko, el italiano Modigliani, el holandés van Dongen…
Resumiendo mucho, dos estéticas The raven.