Los dibujantes de cómic dibujan a rojo, retocan, o confirman, en azul y el dibujo queda listo para colorear.
Se venden así como están. Miden 50 x 90cm o así. Y cuestan 100 €. Si te interesa hay más. Como éstos:
(En un salón muy grande con cajas apiladas en los bordes, dos mesas con sendos ordenadores, algunos dibujos en grandes papeles de embalar).
PINTORA: Tengo que ponerme en contacto con mi mala conciencia y dejarla hablar. Es un personaje odioso con ojos achinados, manos pequeñas y nariz roja y voluminosa. Estoy segura de que quiere decirme algo. Cuando dibujo o pinto ella, curiosamente, enmudece. No exactamente. Está ahí diciendo: «¡No!», «¡Mal!», «¡Para!», «¡Haz una foto de eso antes de cagarla!, Mira que te lo vas a cargar…» Me ha costado muchos años de terapia aprender a mandarla a freír espárragos. «¿Sabes tú pintar? ¿No? pues entonces calladita». Esto es lo que estoy deseando decirle la próxima vez que empiece con los juicios negativos. (Pinta sobre un papel en el suelo ensimismada. De vez en cuando da un manotazo como si quisiera quitarse una mosca de encima. A veces da un respingo como si la mosca la hubiese picado). Parece que esto ya está terminado. Alguien que no soy yo, y que habita dentro de mí, ha hablado. (Pasea cavilando. Lleva las manos detrás de la espalda y mira al suelo y al cielo alternativamente). ¿Será la tía chunga de siempre u otra que está aplastada por ella? ¿Y quien soy yo? ¿La tercera? Los hechos son los siguientes: uno, me cuesta mucho pintar. Dos, cuando lo consigo me siento muy bien. Y tres: cuando interpreto eso que he hecho por medio de un cómic, con fotografías, o hago un vídeo con esas imágenes instrumentales, me siento también muy bien. En estas interpretaciones ¿teóricas? ¿teatrales?, intento desentrañar con palabras algunas de las cosas que se dicen en la pintura. El caso es que ellas mismas resultan artísticas también. En el sentido de que son buenos vídeos, buenas performances o buenas novelitas gráficas. Lo que me intriga es quién habla aquí. ¿Soy yo la tercera?. Aunque también podría ser la chunga que, cómo no sabe pintar, tiene que opinar de lo que he pintado. O tal vez quiere dar voz a la oculta, la que no habla, la que está detrás de mí, es rara y se expresa a través de la pintura. Resumiendo, la muda me dicta sentidos, yo los pinto, la chunga les encuentra un significado. Yo escribo sobre esos significados. Mi plan ahora es escribir de otras cosas que no haya pintado previamente. Como estoy haciendo ahora. O de cosas que he pintado pero, más libremente. Utilizar mis imágenes como inspiración. Como también estoy haciendo ahora.
Unas botas de tacón cubano
Como unos botines
En realidad.
Con mucha punta.
Cortarles el tacón
De amor
Vanguardista.
Que la huella que dejen al pisar
El barro (sea)
La tira que une los pedestales de un arco de medio punto.
Y la almohada de aire que permanece,
Moderna, inmaterial,
Su nuevo tacón cubano.
Lo moderno y lo macarra
Se enamoran
Del mismo modo que una lente cóncava se parece a una lente convexa.
Su punta stray cats
Drogas, alcohol, poligamia, autodestrucción y mudanzas.
Y elásticos mods a los lados
Como si Hutus y Tutsis fuesen amigos.
La piel es negra
En una escala de brillo,
Estaría sólo medio punto por debajo del charol.
Ni que decir tengo que me costaron un pastón. Casi un tercio de mi primer sueldo serio.
Nada mas ponérmelas la primera vez, me siento precipitadamente en el taburete alto de un bar y, para no caerme, me engancho al travesaño del de enfrente con la punta del botín izquierdo. Y me rasco superficialmente el cuero. Es como un arañazo en la epidermis humana: se abre en escamitas que se montan unas sobre otras hasta formar una raspadura de dos centímetros de longitud y medio de grosor. La acaricio en el sentido favorable de las escamitas, la chupo un poco, pero nada. Angustiada por el destrozo de este objeto que no me puedo permitir voy a un zapatero. No me atrevo a devolverlas porque entre otras cosas eran las últimas como siempre pasa con estas cosa súpercaras. El zapatero se burla de mí y me dice que los zapatos se arrastran por el suelo. Veinticuatro años después me sigo acordando de sus palabras y comprendo la lección, una para la que soy especialmente dura de mollera: existen puntos de vista diferentes de los de una.
Estos artísticos zapatos, no sólo lograron no perderse a lo largo de mi también artística, hipersensible y destructiva juventud, sino que también sobrevivieron a la meticulosa expurgación que mi amante esposo realizó entre mis efectos personales cuando decidió acogerme en su casa y hacerme feliz.
El día que mi futuro marido bajó el volumen y me llevó a su impresionante casa de doscientos metros cuadrado, techos con molduras de frutas y luz del Norte, todas mis cosas se quedaron fuera. Por ejemplo, mi ropa. Que era de fiesta, de inauguración, de colores… pasó a ser gris, arena o negra fondo de armario. A tu cara, dijo mi domador, le pasa como a la mía, es infantil, un poco payasa y tanto color la anula, vestida sobriamente se te ve mejor. Y todo se fue al cubo de la basura. ünicamente sobrevivieron estas botas inclasificables.
En mi nueva vida sólo me las he puesto una vez. En la boda de un zapatero francés, Pierre Cortez. Había millones de zapatos con mucha punta. Los espejos que había a ras del suelo eran frisos donde activos zapatos puntiagudos miraban para arriba, se cruzaban de perfil, mostraban su piel azul o de serpiente. Todas eran de caballero, todas de Cortez, especialista en zapato masculino. En el friso había también tacones y sandalias femeninas que no eran de Cortez. ¿Y mis botas? Las vi muy en su salsa. Ni masculinas, ni femeninas. Como de Cortez pero sin serlo. Creo que a él le gustaron mucho. Estuvo a punto de comentarme algo. Bailamos los dos un poco. Como al principio de 1990. Y el champán, también muy rico.

desbarío
Este último es un boceto, también en rojo y azul, pero en otro papel y algo más pequeño: