Michael Horsky y Carmen La Griega se enfrentan al género dieciochesco del paisaje con figuras

El salón de té georgiano ha dado al mundo dos grandes productos: las películas de tacitas y el Rococó. Es decir, Jane Austen y Jean-Honoré Fragonard. Aunque la pintura del francés fue considerada puramente decorativa, frívola o inmoral y a pesar de que se dudaba que las novelas de la británica fueran un género de calidad, el siglo XVIII no tuvo genios mayores que ellos. Por eso resulta extraño, dado el tono aristocrático y decadente de la pintura rococó, que un joven artista checo como Michael Horsky, en la progresista y nada rancia galería Alegría hasta mediados de enero, se halla propuesto con tanta furia revisitarla.

El cuadro típico de Fragonard, como El columpio o Las bañistas, contiene siempre un túnel de verdor pastel que enmarca unas rosadas (desnudas o vestidas) figuras femeninas. Quizá lo que ha atraído a Horsky, sea precisamente esa manera implacable de enfocar que transmite un vago horror que anuncia el del fin de una época y de su clase social dominante, la aristocracia. En la pintura de Horsky, ese temor opresivo sin causa precisa se fija, igual que entonces, sobre el tema de la sensualidad que resuena en el paisaje. Sólo que aquí son los fragmentos del cuerpo mismo, las tetas, las nalgas, los miembros o las cabelleras los que constituyen el paisaje del deseo: caminos rosados, desiertos de cuerpo o carne lluviosa. Así que Horsky ha descompuesto el paisaje con figuras rococó y no lo ha vuelto a componer: ha dejado que las figuras conformen un sensual territorio de la náusea.

En la galería Rafael Pérez Hernando, Carmen La Griega, hace el camino contrario. Sus paisajes se concentran mucho hasta expresar figuras que son mundos.

La Griega se coloca delante del papel de estraza y se da tres horas para que se produzca un cambio de perspectiva que permita que las manchas empiecen poco a poco a adquirir cierto valor (simbólico y formal). Entonces se pregunta con la protagonista de Orgullo y Prejuicio: “¿qué objeto tiene otro valor que el que se le da?”. Y por eso sus personajes resultan tan irónicos porque siguen participando de su naturaleza paisajística o de fondo desestimado. La cuestión del cálculo y de la valoración anticipada cobra ahora una importancia crucial y La Griega se debate entre considerar la espiral que ha surgido inconscientemente de sus dedos como Andrómeda o como una porra retorcida en la sartén, hasta que finalmente se cierra en “La niña del huevo”.

Todo esto sorprende mucho a la artista que, en otra sala de la galería, redibuja estos personajes de nuevo para sacarlos de la bruma de las emociones y averiguar qué, o quién, diablos son.

Aquí una animación con otros personajes que se le aparecieron a Carmen La griega http://carmenlagriega.org/buscando-taras/