El Reina Sofía presenta, hasta el 29 de febrero, la exposición más íntima que cabe imaginar dedicada al madrileño Juan Giralt (1940-2007).
Se establece aquí una dura lucha por convertir la pintura en algo distinto, incluso opuesto, a un medio de comunicación. ¿A qué suenan si no estas palabras del artista?: “lo más gratificante de pintar es la sensación tan placentera de deslizar la brocha cargada de pintura. Siempre se pueden conseguir efectos diferentes, basta con variar la liquidez de la pintura o mover la mano de forma distinta.” Y es que lo que le gusta a Giralt, la “sensación placentera” y los “efectos diferentes”, parecen más bien reglas de un juego, de un trato (que no de un truco) con el lado más material y mudo de la pintura. El más real, el que nos permite quedarnos embobados ante el objeto, como si se manifestase ante nuestros ojos libre de cualquier sentido.
La muestra arranca en los años 70 con un Giralt de colores fluorescentes y dibujos automáticos (como esos que se crean cuando uno habla por teléfono y tiene la atención puesta en la conversación de manera que no supervisa lo que están haciendo sus manos y el papel se abarrota de raros personajes que afloran entre garabatos distraídos). Después, las piezas se suceden cronológicamente, desde los 90 hasta casi la muerte del artista, en 2007. Y así (como no hay obra de los 60 ni de los 80) el artista queda clasificado entre los artistas de la Nueva Figuración Madrileña de los 70. Curiosamente, Giralt construye sus cuadros según planteamientos abstractos mientras que las figuras aparecen en forma de pequeño collages, casi a posteriori, como huevos pasados por agua: poco hechas, sometidas a los caprichos de la composición, de la materia, del color, de la asociación libre…
Este empeñarse en «hacer pintura machacada» (lo contrario del cuadro “pasado a limpio”) capaz de negar, finalmente y tras un largo proceso, lo que dicen las figuras no es un signo de derrota de la figuración. Se trata de estar convencido de que la pintura es un sustantivo imposible de clasificar: no es nombre propio, pero tampoco común. La evidencia de la fe de Giralt en este reto está por todas partes. En el hecho de que, por ejemplo, procedentes de unos nostálgicos manuales de labores, aparecen en los lienzos titulados Casa (1999) y Borboleta (2001)(mariposa en portugués), sendas imágenes que representan, efectivamente, una casa y una mariposa, que podrían muy bien tejerse a ganchillo pero que no son lo que el cuadro representa. Igualmente, Simba (1996) contiene una imagen de un león y Cuadro con ciervos (2002), un pequeño cuadro con astados… Pero, también, se nos menta un Zumo de limón (2006) que no vemos por ninguna parte salvo por unas zonas y unas flores de ácido amarillo (limón). No cabe duda de que Giralt al final de su larga trayectoria se dedica a pintar. Por si nos hubiéramos vuelto miopes o estrechos de mente.